Queridos
hermanos y hermanas, ¡buenos días!
Ante todo deseo compartir con vosotros la alegría de haber estado, ayer
y hoy, con una peregrinación especial del Año de la fe: la peregrinación de los seminaristas, novicios y novicias. Os pido que
recéis por ellos, para que el amor por Cristo madure cada vez más en su vida y
lleguen a ser auténticos misioneros del Reino de Dios.
El Evangelio de este domingo (Lc 10,
1-12.17-20) nos habla precisamente de esto: del hecho de que Jesús no es un
misionero aislado, no quiere realizar solo su misión, sino que implica a sus
discípulos. Y hoy vemos que, además de los Doce apóstoles, llama a otros
setenta y dos, y les manda a las aldeas, de dos en dos, a anunciar que el Reino
de Dios está cerca. ¡Esto es muy hermoso! Jesús no quiere obrar solo, vino a
traer al mundo el amor de Dios y quiere difundirlo con el estilo de la
comunión, con el estilo de la fraternidad. Por ello forma inmediatamente una
comunidad de discípulos, que es una comunidad misionera. Inmediatamente los
entrena para la misión, para ir.
Pero atención: el fin no es
socializar, pasar el tiempo juntos, no, la finalidad es anunciar el Reino de
Dios, ¡y esto es urgente! También hoy es urgente. No hay tiempo que perder en
habladurías, no es necesario esperar el consenso de todos, hay que ir y
anunciar. La paz de Cristo se lleva a todos, y si no la acogen, se sigue
igualmente adelante. A los enfermos se lleva la curación, porque Dios quiere
curar al hombre de todo mal. ¡Cuántos misioneros hacen esto! Siembran vida,
salud, consuelo en la periferias del mundo. ¡Qué bello es esto! No vivir para
sí mismo, no vivir para sí misma, sino vivir para ir a hacer el bien. Hay
tantos jóvenes hoy en la Plaza: pensad en esto, preguntaos: ¿Jesús me llama a
ir, a salir de mí para hacer el bien? A vosotros, jóvenes, a vosotros muchachos
y muchachas os pregunto: vosotros, ¿sois valientes para esto, tenéis la
valentía de escuchar la voz de Jesús? ¡Es hermoso ser misioneros! Ah, ¡lo
hacéis bien! ¡Me gusta esto!
Estos setenta y dos discípulos, que
Jesús envía delante de Él, ¿quiénes son? ¿A quién representan? Si los Doce son
los Apóstoles, y por lo tanto representan también a los obispos, sus sucesores,
estos setenta y dos pueden representar a los demás ministros ordenados,
presbíteros y diáconos; pero en sentido más amplio podemos pensar en los demás
ministerios en la Iglesia, en los catequistas, los fieles laicos que se
comprometen en las misiones parroquiales, en quien trabaja con los enfermos,
con las diversas formas de necesidad y de marginación; pero siempre como
misioneros del Evangelio, con la urgencia del Reino que está cerca. Todos deben
ser misioneros, todos pueden escuchar la llamada de Jesús y seguir adelante y
anunciar el Reino.
Dice el Evangelio que estos setenta y dos regresaron de su misión llenos
de alegría, porque habían experimentado el poder del Nombre de Cristo contra el
mal. Jesús lo confirma: a estos discípulos Él les da la fuerza para vencer al
maligno. Pero agrega: «No estéis alegres porque se os someten los espíritus;
estad alegres porque vuestros nombres están escritos en el cielo» (Lc 10, 20). No debemos gloriarnos como si fuésemos nosotros los
protagonistas: el protagonista es uno solo, ¡es el Señor! Protagonista es la
gracia del Señor. Él es el único protagonista. Nuestra alegría es sólo esta:
ser sus discípulos, sus amigos. Que la Virgen nos ayude a ser buenos obreros
del Evangelio.
Queridos amigos, ¡la alegría! No
tengáis miedo de ser alegres. No tengáis miedo a la alegría. La alegría que nos
da el Señor cuando lo dejamos entrar en nuestra vida, dejemos que Él entre en
nuestra vida y nos invite a salir de nosotros a las periferias de la vida y
anunciar el Evangelio. No tengáis miedo a la alegría. ¡Alegría y valentía!
Fuente de información: http://www.news.va
Profesora Sylvia Rojas
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