Texto completo de la homilía del
Santo Padre Francisco (21 de abril del 2013)
Renovando la
tradición cristiana de celebrar las ordenaciones sacerdotales en este IV
domingo de Pascua, el domingo «del Buen Pastor», el Papa Francisco
presidió en la Basílica de San Pedro su
primera ordenación sacerdotal desde que iniciara su pontificado
Queridísimos hermanos y hermanas
Estos hermanos e hijos nuestros han
sido llamados al orden del presbiterado.
Reflexionemos atentamente a cuál
ministerio serán elevados en la Iglesia.
Como bien saben, el Señor Jesús es el
único Sumo Sacerdote del Nuevo Testamento, pero en Él también todo el pueblo
santo de Dios ha sido constituido pueblo sacerdotal.
Sin embargo, entre todos sus
discípulos, el Señor Jesús quiere elegir algunos en particular para que,
ejerciendo públicamente en la Iglesia en su nombre el oficio sacerdotal en
favor de todos los hombres, continúen su personal misión de maestro, sacerdote
y pastor.
Así como en efecto, para ello Él
había sido enviado por el Padre, del mismo modo Él envió a su vez al mundo,
primero a los apóstoles y luego a los obispos y sus sucesores, a los cuales, en
fin, les dio como colaboradores a los presbíteros, que –unidos a ellos en el
ministerio sacerdotal – están llamados al servicio del pueblo de Dios.
Después de madura reflexión y
oración, ahora estamos por elevar al orden de los presbíteros a estos hermanos
nuestros, para que al servicio de Cristo, Maestro, Sacerdote y Pastor, cooperen
en la edificación del Cuerpo de Cristo que es la Iglesia como pueblo de Dios y
Templo Santo del Espíritu Santo.
En efecto, ellos serán configurados
en Cristo, Sumo y Eterno Sacerdote, es decir que serán consagrados como
verdaderos sacerdotes del Nuevo Testamento y con este título que los une en el
sacerdocio a su obispo, serán predicadores del Evangelio, pastores del Pueblo
de Dios y presidirán las acciones de culto, especialmente en la celebración del
sacrificio del Señor.
En cuanto a ustedes, hermanos e hijos
amadísimos, que están por ser promovidos al orden del presbiterado, consideren
que ejerciendo el ministerio de la Sagrada Doctrina serán partícipes de la
misión de Cristo, único Maestro. Dispensen a todos aquella Palabra de Dios que
ustedes mismos han recibido con alegría. Recuerden a sus mamás, abuelitas,
catequistas, que les dieron la Palabra de Dios, la fe…. este don de la fe, que
les transmitieron, este don de la fe. Lean y mediten asiduamente la Palabra del
Señor, para creer lo que han leído, para enseñar lo que aprendieron en la fe,
vivir lo que han enseñado. Recuerden también que la Palabra de Dios no es
propiedad de ustedes: es Palabra de Dios. Y la Iglesia es la que custodia la
Palabra de Dios.
Por lo tanto, que la doctrina de
ustedes sea alimento para el Pueblo de Dios; alegría y sostén a los fieles de
Cristo el perfume de vuestra vida, para que con su palabra y su ejemplo ustedes
edifiquen la casa de Dios, que es la Iglesia. Ustedes continuarán la obra
santificadora de Cristo. Mediante el ministerio de ustedes, el sacrificio
espiritual de los fieles se hace perfecto, porque se une al sacrificio de
Cristo, que por medio de las manos de ustedes, en nombre de toda la Iglesia, es
ofrecido de modo incruento sobre el altar de la celebración por los Santos
Misterios.
Reconozcan pues lo que hacen. Imiten
lo que celebren, para que participando en el misterio de la muerte y
resurrección del Señor, lleven la muerte de Cristo en sus miembros y caminen
con Él en novedad de vida.
Con el Bautismo agregarán nuevos
fieles al Pueblo de Dios. Con el Sacramento de la Penitencia remitirán los
pecados en nombre de Cristo y de la Iglesia: hoy les pido en nombre de Cristo y
de la Iglesia, por favor, no se cansen de ser misericordiosos. Con el óleo
santo darán alivio a los enfermos y también a los ancianos: no se avergüencen
de dar ternura a los ancianos … Celebrando los sagrados ritos y elevando sus
oraciones de alabanza y súplica durante las distintas horas del día, ustedes se
harán voz del Pueblo de Dios y de la humanidad entera.
Conscientes de haber sido elegidos
entre los hombres y constituidos en favor de ellos para cuidar las cosas de
Dios, ejerzan con alegría y caridad sincera la obra sacerdotal de Cristo, con
el único anhelo de gustar a Dios y a no a ustedes mismos. Sean pastores, no funcionarios.
Sean mediadores, no intermediarios.
En fin, participando en la misión de
Cristo, Cabeza y Pastor, en comunión filial con su obispo, comprométanse en
unir a sus fieles en una única familia para conducirlos a Dios Padre por medio
de Cristo en el Espíritu Santo.
Tengan siempre ante sus ojos el
ejemplo del Buen Pastor, que no ha venido para ser servido, sino para servir y
para tratar de salvar lo que estaba perdido.
Profesora Sylvia Rojas
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